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ENRIQUE VILA-MATAS Y EL ARTE DE ESCLARECER LA BRUMA

Actualizado: 25 sept 2020

Por Alberto Cabello Hernández (Cornellà de Llobregat, 1980). Periodista por la Universidad Autónoma de Barcelona y doctor y licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona.

Esta bruma insensata

Autor: Enrique Vila-Matas

Grupo editorial: Seix Barral, de Editorial Planeta

Fecha de publicación: abril de 2019, 1ª edición

Diseño de tapa: Planeta Arte & Diseño / Imagen de Gamma-Keystone France – Getty Images

Cantidad de páginas: 311

Género: novela

Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) dedica su última obra, Esta bruma insensata (2019), a resolver una inquietante pregunta que toma prestada de Raymond Queneau: “Esta bruma insensata en la que se agitan sombras, ¿cómo podría esclarecerla?”.

Con este epígrafe, alude a la literatura como vía para aprehender una verdad que se muestra esquiva, borrosa, sobre el mar de la realidad. El realismo trató de perfilar esa verdad con técnicas aparentemente objetivas pero del todo falsarias, pues el mundo, caótico, no puede reducirse a un patrón de orden lineal. Quien escribe en cambio desde la fragmentación, dudando de todo, con ironía, mezclando géneros y perdiendo su identidad, quien escribe como Enrique Vila-Matas, está siendo infinitamente más fiel a la realidad, sin poder ni querer serlo del todo.

La pregunta –¿cómo esclarecer la bruma?– paraliza por inabarcable. Pero Vila-Matas no se deja vencer por el bloqueo y una vez más entra de lleno en una historia para resolver la incógnita: ¿por qué seguir escribiendo –y sobre todo, de qué manera– si ya está todo dicho y no existe, es imposible, la originalidad?

El resultado es un brillante ejercicio de Teoría en la literatura, pues como ya recogió Cristina Oñoro (Visor Libros, 2015), el autor teoriza sobre el oficio desde dentro del oficio. Igual que hizo Borges. Porque acaso sea la práctica literaria la mejor manera de teorizar para alguien como Vila-Matas, que aspira a un lenguaje narrativo cercano a la poesía. Como decía José Hierro, “la poesía es una caja fuerte cuya combinación desconocemos. Se abre por dentro, cuando ella, y nada más que ella quiere”. Veámoslo.

El argumento. La obra narra la historia de Simon Schneider, un hokusai, es decir, un subalterno que se gana la vida recolectando citas para distribuirlas a otros escritores, entre ellos, su hermano Gran Bros, que vive escondido en Nueva York. Durante 20 años y de manera totalmente anónima, Simon le asegura el éxito, pues son las citas literarias (y el mensaje cifrado que estas esconden y que parecería ser descubierto por su cuñada Dorothy) las que de verdad vertebran la aclamada obra.

Todo se concentra en los días 27, 28 y 29 de octubre de 2017, cuando Cataluña vive la irreal declaración de independencia. Y se sitúa en tres espacios: Cadaqués (capítulos 1 a 16), Barcelona (19 a 31) y el trayecto en coche del pueblo a la capital (17 y 18). Tras más de dos decenios, en un domingo histórico, ambos hermanos van a reencontrarse en la Ciudad Condal.

Pero no se engañe el lector con esta distribución aparentemente cronológica. Vila-Matas se sirve de la historia para, desde dentro, hacer saltar por los aires el edificio realista y tratar de alcanzar una verdad que solo la bruma parece revelarle.

A partir de aquí, como decíamos, puede rastrearse la respuesta a dos grandes incógnitas.

¿Por qué seguir escribiendo? Como diría el poeta Carlos Marzal, “nada de humano hay en el silencio”: el sonido y el verbo forman parte indisoluble de nuestra especie. Así que escribir, hablar, no quedarse callados, son actos ineludibles. También la ciencia lo demuestra, cuando en 1951 John Cage visita la cámara acústica de la universidad de Harvard para obtener una perspectiva del silencio total. Una vez allí se da cuenta que percibe dos sonidos: su sistema nervioso y los latidos de su corazón. No hay manera de experimentar el silencio mientras se está vivo.

He ahí el trasfondo con que podría explicarse el origen de Bartleby y compañía, obra clave. Ante el bloqueo de no saber qué decir, nuestro autor opta por escribir sobre el silencio. Es su particular manera de reafirmar la humanidad a través de su vocación literaria y, a partir de ahí, en posteriores libros iniciar un ascenso hacia la divagación de lo etéreo, como en Esta bruma insensata.

Pero ¿de qué manera escribir? El autor se inspira, precisamente, en la bruma inabarcable para hacerse con un lenguaje nuevo. Decía Ezra Pound que escribir sobre lo que ya conocemos es una pérdida de tiempo, hay que adentrarse en lo desconocido. Ese terreno ignoto es la playa Es Llané Gran de Cadaqués, donde Simon percibe las almas del más allá y asiste a una epifanía: entrevé el tipo de lenguaje con que su progenitor habría tratado de comunicarse, “elusivo, de estirpe muy cercano a la poesía, sin llegar a serlo del todo; o sea, un lenguaje que en momento alguno habría él cometido el error de tratar de controlar, y ya no digamos de remarcar, simplemente habría dejado que fluyera como la niebla de un lugar a medio camino entre el infierno y el cielo” (pág. 104).

Hacia ese ideal apunta Simon, quien anhela escribir desde “la dudosa luz de un amanecer, frente a un imaginario puerto con barcas y grúas, como si estuviera en ese territorio por el que un día, tarde o temprano, nos tocará a todos, en algún momento, vagar” (286). Se trataría de un lenguaje universal que, por hallarse en el alba, momento místico en que se unen la noche y el día, remitiría al mestizaje, a la suma de contrarios.

Accederíamos así un lenguaje borroso que, a base de diluirse, buscaría esclarecer la verdad. Y eso nos lleva a dos rasgos distintivos de la obra vilamatiana: la mezcla de géneros, en que se adelgaza cada vez más la narración, y la mezcla de identidades, que atenúa cada vez más la autoría.

Atonalidad. Resulta útil el símil con la pintura y la música para entender el estilo vilamatiano. En uno de los cuentos del ciclo La mayor, de Juan José Saer, aparecen dos personajes que admiran el blanco como expresión máxima del Arte. Uno de ellos se pasa el día pintando cuadros blancos. El otro se queda pasmado en los museos al contemplar las paredes, el vacío entre cuadro y cuadro. Ahí, en el silencio creador, está el verdadero arte al que cabe aspirar.

Pero nada de humano hay en el silencio. Así que entre las manchas del cuadro-novela realista y el blanco inaprensible de la pared, existen soluciones intermedias como la obra vilamatiana, una especie de callar hablando hecha de fragmentos, digresiones, multiperspectivas, elucubraciones, hermetismos, máscaras.... con que se consigue una atonalidad que remite al silencio.

El Premio Nobel Imre Kertész proponía buscar un lenguaje atonal en que ninguna nota única pudiera tener poder sobre las demás, como si un verbo perdiera su atracción sobre los nombres de una frase: “Una técnica en la que siempre hay un presente pero nunca una narración. La manera en que se vive el presente, mediante momentos discontinuos, muestra el desgarramiento, lo inconcebible, el falso orden del mundo. Una técnica a variar en cada libro” (Babelia, 31 de marzo de 2007).

Vila-Matas adelgaza la narración para divagar en torno al tema que más le preocupa, la literatura. “El error sería leerme desde la narración y no como un ensayista que se apoya en la narración. Lo que yo hago es pensamiento mezclado con narrativa”, asegura en 2017 (Letras Libres, 13 de mayo).

Porque, como escribe Simon, “cualquier versión narrativa de una historia real era siempre una forma de ficción. Desde el momento en que se ordenaba el mundo con palabras, se modificaba la naturaleza del mundo” (252). Y por eso la atonalidad acaso sea la mayor virtud de Gran Bros: “no perseguía nunca un tema hasta sus últimas consecuencias”, sino que “parecía querer imitar el ritmo enfebrecido de nuestro tiempo y huir, a cada dos páginas, del que, al menor de sus descuidos, pudiera consolidarse como tema grave o ingrávido, pero central de su libro” (44, el subrayado es del autor).

En ese marco, Simon es capaz de estar a la vez en el presente de Cadaqués y en el pasado de Amarante, Portugal. Y nada le sorprende, “porque sabía que en ocasiones la memoria vive en tiempo presente en nosotros, como si quisiera decirnos que el pasado no sólo es fugaz, sino que nunca se mueve de sitio” (114). Y se ralentiza el presente cuando Simon se desplaza en coche junto al pintor Vergés: “[…] si nos movíamos lo hacíamos en un espacio cada vez más privado de aire, cada vez más cerrado”, con “la impresión de que estábamos muertos”, “por un mundo en el que nada parece haber empezado” (167), como en Bouvard y Pécuchet y con desafíos a la Física al estilo de Alicia en el país de las maravillas o Cien años de soledad: “[…] cuando hemos quedado bloqueados en la curva veintidós, dije, he visto un conejo que salía de su madriguera y, cinco minutos después, éste seguía con la cola bajo tierra” (167).

Intertextualidad. El adelgazamiento narrativo corre paralelo al de la autoría. En Barcelona, Simon vive una segunda epifanía cuando Tía Victoria, al referirle su preferencia por la comedia en detrimento de lo trágico, le revela una técnica de lo más eficaz: “Se detuvo aquí y luego volvió a iniciar la frase para, apoyándose en su propia maniobra de tender a callarse, conseguir completarla. Y yo pensé que quizás habría podido serme útil esa técnica la tarde anterior cuando no conseguía completar la frase que copiaba” (190).

Tender a callar, llenarse de silencio para coger impulso y vencer el bloqueo, como la tierra en barbecho, como el ayuno en las religiones, como el cántaro de Valente, siempre vacío y presto a llenar.

He aquí la técnica y también el sentido de la cita, central en Esta bruma insensata, cuyas páginas dan cabida a más de cien personalidades. A través de ellas, Simon se vacía de sí mismo: “… había asimilado tanto la cita ajena que la alarma o susto tremendo me llegaba sólo cuando veía escrito algo que percibía que podía ser mío. Es mío, pensaba entonces con verdadero horror, y quería que se me tragara la tierra” (210).

Decía Bajtin que el conocimiento se da en la frontera, cuando por contraste dos culturas alcanzan verdadera significación. Y siguiendo el modelo dialógico de Gadamer, la compresión del otro significa conocimiento acerca de lo tratado en sus textos y comprensión de uno mismo. Hacia ello apunta Vila-Matas al recordar el arte de las citas de George Perec, “que forzosamente tendría que ser progresista, puesto que el artista citador tomaría en todo momento como punto de partida aquello que hubiera representado un logro, un interesante hallazgo, para nuestros predecesores” (135).

Ya en 2001, en el discurso del premio Rómulo Gallegos concedido por su novela El viaje vertical, Vila-Matas indica “que es bueno –como decía Pessoa– viajar y perder países, perderlos todos, perder tu propio país, perder hasta tu identidad”. “De un tiempo a esta parte”, añadía, “yo quiero ser extranjero siempre. […] la literatura trasciende las fronteras nacionales para hacer revelaciones profundas sobre la universalidad de la naturaleza humana”. La mirada extranjera es la del novelista, la del poeta, la del pintor, que todo lo filtran con ojos de asombro, hasta la realidad más ordinaria.

La mirada de Vila-Matas. Por eso el autor extraña la mirada, se aleja de la realidad para, paradójicamente, acercarse aún más a la verdad. Porque solo alejándonos del centro podremos verlo mejor, como Rosario Girondo, convertido en Robert Walser, al ascender a la cima del Matz y divisar Praga, símbolo de la literatura.

Muchos de los personajes vilamatianos son excéntricos, viven en el margen. Simon es un subalterno con “una oculta facilidad para el distanciamiento con las cosas del mundo” (125); igual que el copista Marcelo, que rastrea la obra de los bartlebys. Y por escribir desde fuera, el paratexto (citas, notas, prólogos, entradas de diccionario…) devienen elementos celestes que orbitan alrededor –y nos informan– del gran astro Literatura, igual que el blanco de los márgenes informa de los versos del centro de la página.

Observemos, finalmente, que Esta bruma insensata es ella misma mestizaje de la obra vilamatiana. Simon revive las obsesiones de Bartleby y compañía (queda bloqueado al leer y al escribir), El mal de Montano (todo lo cifra a través de la literatura), Doctor Pasavento (pasea buscando respuestas en el continuo devenir), Exploradores del abismo (cuya atonalidad apunta hacia la descripción del silencio) o Aire de Dylan (aspira a lo etéreo, aislado en la casa al borde del abismo de Cap de Creus).

Como proponía Vila-Matas al revisitar en 2005 su segunda novela, La asesina ilustrada, debiéramos leer los libros para alejarnos de la realidad y buscar la verdad. Toda su obra permite ese tránsito. Y Esta bruma insensata es un paso más, brillante y decisivo, hacia esa búsqueda.


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