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IN MEMORIAM: la fuga de Sergio Pitol.

JULIO SANDOVAL.


¿Moriría en Venecia?, se preguntaba Sergio Pitol evocando un viaje suyo a esa ciudad ocurrido en octubre de 1961.

Se nos fue en la primavera pasada, el 12 de abril de 2018, a la edad de 85 años. Murió en Xalapa, la capital del estado mexicano de Veracruz, tras una vida intensa. Hubo en ella –como explicó cuando le dieron el Premio Cervantes- etapas radiantes y otras atroces.

La enfermedad le condujo a la lectura. A los 12 años había leído Guerra y Paz de Tolstoi. A los 17, las obras de Proust, Mann o Kafka le resultaban familiares.

El ejemplo de su abuela, lectora voraz, y la influencia de un peculiar profesor, en cuyas clases de Teoría del Estado y Derecho Constitucional se citaba a Dostoievski o a Shakespeare, resultaron decisivos.

El capítulo de sus deudas literarias, culturales, incluye a Alfonso Reyes –“frecuenté devotamente sus cursos en el Colegio Nacional, sobre literatura y filosofía griega, y leí gran parte de sus libros; los leía, me imagino, por el puro amor a su idioma, por la insospechada música que encontraba en ellos”-, a Borges, Carpentier, María Zambrano, Luis Cernuda, Luis Buñuel y a muchos otros.

Diplomático, traductor, viajero, cosmopolita, gran aficionado al cine, autor de una obra extensa, “uno de los narradores mayores de las letras mexicanas” (Juan José Reyes, Crónica), escribió en El arte de la fuga que ”todos los tiempos son en el fondo un tiempo único”, que “cada uno de nosotros es todos los hombres”.

Sobre el oficio de escritor afirmó que consiste en perseguir una verdad, una revelación, “y en ese empeño perderá mil veces el camino…”, llegará a saber que no existen absolutos, que no hay verdad que no sea conjetural, relativa y, por ello, vulnerable”.

Una afasia primaria progresiva le impidió hablar y caminar el último año de su vida.

El arte de la fuga -que es a un tiempo, ensayo, relato, crónica y autobiografía- comparte la ruptura de los géneros con dos de sus cuentos más celebrados, El oscuro gemelo y Nocturno de Bujara.

De sus novelas destaca el Tríptico del Carnaval, formado por El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal. Sobre él declaró Pitol que “como escribía durante la noche, harto del lenguaje cifrado de los diplomáticos para no decir nunca ni que sí ni que no, por contraposición me salieron unos protagonistas grotescos, con diálogos de un humorismo grosero, de caserna”.

“Uno, me aventuro –escribió- es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”.

Uno es la ancha mirada que la literatura representa. El estrecho horizonte en el que está confinada nuestra vida, nuestra experiencia individual, puede ser ampliado mediante el recurso de la imaginación, de la literatura, del cine. Somos seres fabuladores.

Las narraciones, como explica Remo Bodei en Imaginar otras vidas (Herder, 2014), “nos sacan del encierro en nosotros mismos, nos muestran las infinitas posibilidades de la existencia y, activando gérmenes que existen en nosotros pero que no son visibles, revelan las placas fotográficas de nuestro paisaje interior”. Algo sabía Sergio Pitol sobre esta cuestión.

Cultivó el arte de la fuga, del viaje. Durante doce años, al principio de su vida, la malaria le retuvo encerrado en su casa. La enfermedad, nuevamente, lo inmovilizó los últimos años.

Su condición de viajero y el oficio de diplomático nutrieron de experiencias las novelas que escribió, pero sabía que la literatura no es solo reflejo del diálogo con los otros, “uno –sostenía- debe aprender a escrutarse y a oírse; eso le ayudará a saber quién es”.

Retirado las últimas décadas de su vida, lejos de todo, en Xalapa, rodeado por paisajes de excepción, practicó una “forma pura de hedonismo”, dedicado a escribir y a oír música, lo que no excluía “algunos viajes, soñar en caminar otra vez por algunas callejuelas de Lisboa, de Praga, de Marienbad, de Venecia…”.



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