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LA EXPERIENCIA DE VIVIR. Entrevista a Ernesto Pérez Zúñiga


Texto de Paco González Fuentes.



Ernesto Pérez Zúñiga nació en Madrid (1971), donde vive actualmente. Es licenciado en Filología Española por la Universidad de Granada, ciudad donde creció y en la que realizó sus estudios desde la infancia.

Como narrador es autor del conjunto de relatos Las botas de siete leguas y otras maneras de morir (Suma de Letras, 2002) y de las novelas Santo Diablo (Kailas, 2004. Puzzle, 2005), El segundo círculo (Algaida, 2007), con la que consiguió el XVI Premio Internacional de Novela Luis Berenguer, El juego del mono (Alianza Editorial, 2011), La fuga del maestro Tartini (Alianza Editorial, 2013), por la que ganó la XXIV edición del Premio de Novela Torrente Ballester, No cantaremos en tierra extraña (Galaxia Gutenberg, 2016) y Escarcha (Galaxia Gutenberg, 2018).

Entre sus libros de poemas destacan Ella cena de día (Dauro, 2000), Calles para un pez luna (Visor, 2002), por el que recibió el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, Cuadernos del hábito oscuro (Candaya, 2007) y Siete caminos para Beatriz (Vandalia, Fundación Lara, 2014).

Escarcha, su última obra, novela de aprendizaje y retrato veraz de la atmósfera de la España de la transición en la ciudad de Granada, es la historia de un adolescente, Manuel Montenegro Moncada, “Monte”, de sus extravíos y sus encuentros, de sus intentos de conectar con el mundo, de algo que ocurrió en la casa del profesor de música, una novela generacional que, más allá del lugar y del tiempo en los que acontecen los hechos narrados, nos habla de la experiencia de vivir, de cuestiones que nos afectan, desde siempre, a todos.

Conversamos con Ernesto Pérez Zúñiga acerca de Escarcha, acerca de la vida.


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Dice Sergio Pitol en El arte de la fuga que uno “es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”. ¿Qué lugares, lecturas, personas o acontecimientos de tu vida destacarías especialmente?

Para responderte a esta pregunta, tendría que escribir otra novela. Pero me hace pensar que, en realidad, las novelas de un escritor responden, todas juntas a esta pregunta. Escarcha, por sí misma, responde a buena parte. Se desarrolla en Granada, la ciudad donde me crié, está escrita en Madrid, la ciudad donde nací y que elegí para vivir, y también en un pueblo soriano a orillas del Jalón. La novela está dedicado a un árbol de este río, que me inspiró el árbol donde se sube el protagonista para hacer balance de su vida al final de la novela, a orillas del Darro. Esta novela está dedicada a mi hermano José María, porque en ella es fundamental la infancia, los abuelos, los amigos de entonces, las primeras grandes lecturas que nos marcan: Lorca, Rimbaud; o la música de Chopin o de Lester Young. También el pueblo de Alfacar, que reúne la magia de la infancia y la conciencia de la herencia trágica que representa el asesinato de Lorca. Los libros responden. Santo diablo, mi primera novela, se desarrolla en un territorio ficticio, Las Quemadas, trasunto de la zona de Ronda y de un lugar mágico para mí, que inspira el inicio de mi narrativa: Acinipo, ciudad romana de la que queda solo la fachada del teatro en la cima de una loma, entre montañas. Esta novela tiene expresos homenajes a Valle-Inclán y a Faulkner. El juego del mono se desarrolla entre la Línea de la Concepción y el Peñón de Gibraltar, entre Onetti y la narrativa oriental, entre la imaginación y la profundización en los sueños. La fuga del maestro Tartini, que transcurre entre Padova, Venecia, y Praga fundamentalmente, reinventa la vida de este apasionante músico barroco, uno de mis favoritos, y la nivela con un narrador contemporáneo que habla al ritmo de Thelonius Monk. Por otro lado, integra buena parte de la literatura fáustica: Marlowe, Thomas Mann, Bulgakov, y también la fantástica: Meyrink, Kafka, Borges; además de a Jung y a Blawatsky. Esta novela está dedicada a dos escritores venezolanos: Juan Carlos Méndez Guédez y José Balza y a uno español, Manuel Longares. La siguiente, No cantaremos en tierra de extraños, está dedicada a Luis Mateo Díez, a Carlos García Gual y a mi padre. Además, contiene un claro homenaje al cine de John Ford y también a Shakespeare, a Cervantes, a Max Aub y de nuevo a Valle-Inclán. Uno de mis libros de poemas, Cuadernos del hábito oscuro, se inspira, ya desde el título, en San Juan de la Cruz, y también en Tom Waits. Otro, Siete caminos para Beatriz, alude a Dante y, ya en su interior, a Rachmaminov, Stevenson, Kawabata, Roma, Tokio. El primer libro de narrativa que publiqué, Las botas de siete leguas, lleva una cita de Guimaraes Rosa. Son solo ejemplos de cómo los libros hablan de sus autores.


Editor, profesor, gestor cultural. Y escritor. Actividades diferentes con un “alma” común.


¿Qué hace una persona en su vida? Eso habla de nosotros, por supuesto. ¿Qué vertebra su acción pública? En este caso el eje está claro: la literatura, la poesía, el arte, la música, la palabra. También la naturaleza, como fuente de todo. Y una filosofía que sepa mirar tanto la cotidianidad más cercana -el bien común- como el cosmos -el bien más común-. La palabra sirve para crear y también para enseñar lo que se sabe. El pensamiento y la intuición sirven para dar forma al lenguaje pero también a otro tipo de señales que los demás ven: un libro, sí, pero también una exposición, o un programa de conferencias. Como editor, me dediqué fundamentalmente a rescatar libros importantes que habían caído en el olvido o no se habían traducido en España. Contribuir a rescatar para nuestra sociedad contenidos o historias excelentes que no se conocían es una de las tareas que ahora más me satisface en mi trabajo en el Instituto Cervantes, donde también he trabajado en programas que homenajeaban a la impresionante y dolorosa cultura del exilio, y a autores imprescindibles como el ya mencionado Max Aub, Arturo Barea y tantos otros. Por supuesto, la mayor parte de las cosas que hacemos son la punta del iceberg de una tarea invisible que sucede en el silencio y lejos de los ojos de los demás. Ver lo que, en apariencia es invisible, es lo que primero hace el poeta. Dicho de otra forma, conocerse a sí mismo, comprender, desvelar el mundo. Ese es el trabajo de lo que lo demás son los frutos. También los libros. Pero los libros son especiales en esto. Los libros son un lugar de descubrimiento y de transformación de quien los escribe. Son un espejo mágico, un fruto en directo y una máquina de cambio. Son una antena al alma, a la sociedad y al universo. El verdadero lugar del escritor es la escritura. Ahí se produce la acción del alma del escritor. Todo lo que uno es se pone en ejercicio, en combate y a disposición del encuentro en el exacto momento de escribir. Todo lo que no sabemos que sabíamos aflora en ese instante, en la sucesión de instantes que convierten la ausencia o el desconocimiento en esa fila mágica de palabras interrelacionadas que llamaos frases, párrafos, páginas, relatos, poemas. El alma humana aprende a través de la introspección y de la acción. Cotidianamente hay que dedicar tiempo a las dos cosas. Un escritor puede hacer las dos simultáneamente.


Publicaste Escarcha en 2018. Cuéntanos algo de tu rutina de escritor (dónde, a qué horas, en qué circunstancias escribes). Por otra parte, ¿puedes anticiparnos si podremos leer pronto un nuevo libro tuyo?


Me levanto antes de amanecer para escribir y lo hago después de media hora de meditación. Escribo así en cada temporada estable, allá donde esté. Cuando viajo, puedo escribir en el avión o en el tren. Escribo todos los días. Si no estoy escribiendo una novela, llevo un diario donde anoto experiencias. Digamos que es un diario de autoconocimiento. Lo uso solo para eso. No lo publico. No escribo voluntariamente poesía. La poesía voluntariamente me sienta a escribir cuando ella quiere. Suele ocurrir cada tres o cuatro años. Entonces escribo a cualquier hora. Lo que más me gusta es escribir novelas. Ahí cabe todo. Imaginación, sueño, experiencia, juego, pensamiento, poesía, confesión o invención. Escribir novelas es una gozada comparable a crear un mundo modesto pero significativo, un mundo con sus reglas internas, una atmósfera, personajes, sentimientos, paisajes, una gramática, un orden numérico, una música, una armonía que gravita sobre la posibilidad del caos, que siempre asoma la pata por debajo de la puerta. Acabo de terminar una novela nueva, que mira desde el mar a esta Europa contradictoria y asustada. Y un libro de poemas, después de seis años. Un canto flamígero, erótico y panteísta.


Se ha dicho que Escarcha es un libro crucial dentro de tu ya extensa obra literaria y que en él se da un cierto equilibrio entre lo imaginado y lo vivido.


Hacía años que quería escribir esta novela, pero no me puse con ella hasta sentir la madurez suficiente, tanto personal como literaria. Se trataba de destilar en una novela la experiencia traumática, delicada, y llena de matices, de nacer y crecer en una sociedad llena de contradicciones ideológicas, emocionales, religiosas, políticas. Se trataba de desvelar el misterio y el aprendizaje de unos años cruciales de la vida en una historia con una clara inspiración biográfica pero transformada y potenciada por la imaginación y nutrida por el mundo de la ficción de mis anteriores novelas. El proceso de escribirla fue transformador para mí. Descendí a lo más oculto y de allí me volví con un inesperado regalo de luz. Lo que podría parecer un ajuste de cuentas con el pasado se acabó convirtiendo en una reconciliación y en una liberación. En un encuentro definitivo con lo que llamamos alma. Dentro tenía un torrente que nacía de las aguas mezcladas de la memoria, la invención y la poesía que supone todo descubrimiento. Toda aquella historia, que venía cultivando durante años sin escribir una palabra, venía con una música muy precisa. Estructuré la novela de una manera matemática que pudiera contener aquel lenguaje que se desbordaba. Siete partes con siete capítulos cada una, y 2.401 palabras cada capítulo. Ni una más ni una menos. No solo era una novela, se trataba de un poema, de un canto sobre el deslumbramiento y la desesperación de la infancia, y la búsqueda de sentido a la vida que se produce en la adolescencia, en un ambiente a medias hostil y a medias favorecedor, y también el poema de una época. Luego abrí huecos en esa estructura para que la novela respirara sin rigidez. Cada capítulo giraba sobre un tema específico: un objeto, una canción, un libro, una experiencia, al modo de las series de televisión de hoy. Quise integrar los métodos narrativos de las mejores series (Los Soprano o Breaking Brad) en una novela contemporánea, que reivindicara el poder de la novela como el mejor lugar para narrar la historia de cualquiera de nosotros, justo en el mundo de hoy, donde estuvieran presentes nuestra realidad histórica, nuestra intimidad, nuestros sueños, nuestros secretos, nuestro poder para hacer daño y también para redimirnos. Después de Escarcha, siento que ha acabado una época vital y literaria (toda mi vida como adulto hasta hoy), y que ahora empieza otra.


Lo narrado en Escarcha acontece en un lugar y un tiempo tan determinados como la ciudad de Granada en los primeros años tras la muerte de Franco, es en ese sentido una obra generacional. Pero en la novela están presentes las grandes cuestiones inherentes a la condición humana: el amor, el odio, el deseo, la duda, el bien y el mal.


Había que retratar íntimamente a aquella España tan singular que venía del franquismo y quería ser otra cosa, aunque llena de dudas, y de muchas direcciones posibles. Estoy leyendo en estos días Doctor Zhivago. Es maravilloso cómo describe aquella sociedad donde ya se gestaba la gran revolución que iba a venir. Pero para hacerlo Pasternak se basa en las pasiones y aspiraciones de los personajes. La España de mi niñez y de mi adolescencia tenía también esa media luz de lo que todavía no se había marchado de la sociedad del franquismo y lo que se iba instaurando como una sociedad nueva. Pero qué mueve todo. Son esos grandes temas que nombras, encarnados en las acciones de múltiples personajes: el amor, la duda, el egoísmo, el abuso de poder, la inocencia, la solidaridad, el ansia de saber, la lucha entre no ser títere de otros y la responsabilidad de ser libres, que tantas veces implica dolor, la lucha entre ser lo que tú quieres ser y ser lo que los demás quieren que seas, la lucha entre descubrir tu propio sentido en este mundo o ser instrumentos de otras personas. La pelea por salir del extravío que supone creerse el sueño de una realidad predeterminada y lograr explotar esa burbuja. Y ello con la mezcla que hay en la propia vida de sensibilidad, confusión, valentía y sentido del humor.


El abuelo Ramón, el abuelo republicano de Monte, es partidario de denunciar al profesor de música por los abusos sexuales que ha cometido. No todos opinan lo mismo.


Son dos temas importantes en Escarcha: el mal maestro, representando por el profesor de música, y el secreto. El mal maestro tiene la oportunidad de ser un modelo para sus alumnos, de ejercer en ellos una influencia benefactora, pero elige dejarse llevar por su deseo egoísta y por su impulso de poder. En ese sentido, se convierte en un vampiro. Ha elegido el peor lado de su ser. Un ser que destruye a los demás. Cuando es descubierto, una gran parte de la sociedad opta por el secreto, por ocultar la vergüenza de haber tenido tan cerca al monstruo, y de ser corresponsable de algún modo de su delito. Este mal, el del secreto, afecta a muchas de las personas más cercanas a Monte, parte de su familia, y también al colegio, que, no queriendo perder su prestigio, prefiere ser cómplice del pederasta. La sociedad tiene vergüenza de ser quien es y también tiene miedo de ser perjudicada. De esta manera, se convierte también en culpable del mismo crimen. En Granada, este tema del secreto y la sensación inconsciente de corresponsabilidad están subrayados por la historia del asesinato de Federico García Lorca, quien recorre simbólicamente el crecimiento del propio Monte y su toma de conciencia, su despertar.


Leemos en el capítulo primero del libro que Monte escribió en su cuaderno sobre la ciudad de Granada: “Te llamarás Escarcha, ciudad, a partir de ahora. Hielo de noche, desierto de día”.


Monte le da un nombre propio a su ciudad, cuando aprende que es un lugar de conflicto con el que no se lograr integrar. A partir de ahí, el reto será aprender a verla de nuevo, a derretir el velo de la Escarcha, para ver la realidad sin máscaras y poder integrarse en ella. «Escarcha» tiene buena parte de las letras de la palabra «España», por otra parte.


En los baños árabes, en el interior del Hammán, un lugar penumbroso, húmedo, mágico, Monte, como en un sueño, abraza a cada persona que se ha cruzado en su camino. ¿El amor nos salva?


En ese calor es donde la «Escarcha» se derrite. El calor del Hammán derrite las máscaras: cada uno de los velos de una identidad construida en interacción con los demás y con la propia historia, bajo el cual está esperando a ser descubierto el verdadero ser. Sí, en ese ser hay amor, un amor que supera la visión individual para fundirse, para integrarse con algo que está más allá de nosotros mismos: el otro, pero también, el cosmos. El Hammán nos ayuda a conectar con los sentidos: la vista, el olfato, el tacto; el Hammán limpia, pero también nos hace conscientes. Solo hay que seguir descendiendo en el análisis desde el lugar nuclear de nuestra conciencia. Ver el exterior y el interior con total serenidad. Sin apegos. Sin velos. Entonces se activa la comprensión, el amor, y, con el amor, la reconciliación, incluso con las personas que nos dañan y a las que hemos hecho daño. En esta escena, me inspiré en el final de la primera parte de El padrino. Mientras Monte se reconcilia con su historia, simultáneamente, en otra parte de la ciudad, está ocurriendo una escena de gran violencia. La capacidad de una misma persona para hacer el bien o el mal es enorme, y depende de un engranaje emocional y mental de enorme sutileza. Esta es otra de las investigaciones de Escarcha.


Desde esos años ochenta en los que transcurre la adolescencia de Monte, ¿en qué han cambiado Granada, España, el mundo?


El mundo cambia sin cesar y, desde entonces, ha cambiado muy rápido. En Occidente, ha dejado atrás su vínculo con el medio rural (aunque ahora muchos queremos regresar a él) y se ha introducido en la extraña fiesta de un materialismo que entrega la comodidad y el placer a cambio de una semiesclavitud en todos los ámbitos de la vida: el consumo de uno mismo en el trabajo, en el ocio o en las tecnologías. Al mismo tiempo, ha habido una mejora general en conciencia y en valores, valores que ahora se han extendido entre generaciones a una gran velocidad: solidaridad, democracia, ecologismo, una espiritualidad desentendida de las estructuras tradicionales de poder. Ahora pasamos por una etapa de enorme regresión, fanatismo y de tentaciones totalitarias en países que habían abanderado la libertad hasta el extremo de excusar la guerra en ella: EEUU es el ejemplo más claro. España es uno de los mejores países de Europa y, por tanto del mundo, en bienestar y en democracia a pesar de nuestra insistencia en propiciar la división política en lugar del bien común. A España le falta madurar como sociedad, pues todavía se mueve por emociones igual que un adolescente inestable. De esto también, se habla en Escarcha. Un país maduro debería moverse por la inteligencia del bien común, reconciliando las divergencias para sacar un consenso sobre el que es urgente cimentar el futuro. Todos los intereses de fragmentar, ya sea el ámbito territorial o el político, en unidades absolutistas, cargadas de razón, solo pueden llevar a la autodestrucción del conjunto impulsado por el más tozudo y el que grita más alto. Como los pandilleros de la adolescencia. Cualquier proyecto social o político que no redunde en los valores que nos unen acabará trayendo el desastre. Ojalá la Unión Europea sepa ser una verdadera unión política. A medio plazo, es la única salvación de Europa. Dicho esto, el mundo que debe transformarse a un mundo mejor es el mundo interior. Cada persona tiene una pequeña clave de lo que pasa fuera.


Cuando los personajes de la novela se reúnen y hablan de política acaban enfrentados, visceralmente enfrentados. Las dos Españas.


Mi retrato de las dos Españas es la de una España entremezclada, y llena de matices, donde en una misma familia hay nostálgicos del franquismo y socialistas, por ejemplo. Donde una rama de la familia apoyó activamente la dictadura y otra fue represaliada por el régimen. Donde hijos del régimen se volvían demócratas convencidos, e hijos de republicanos se volvían convencionales por interés. Una España donde regresan los exiliados, los que realmente se quedaron sin Historia, con un legado impresionante del que todavía tenemos mucho que aprender. Durante la época de la novela, las heridas estaban muy abiertas, especialmente entre una clase vencedora y económicamente privilegiada y otra vencida y que pasó, del sueño de la igualdad, a servir de nuevo a los señores. Al mismo tiempo, había una clase culta y empobrecida, de la que salieron muchos estudiantes que fundamentaron desde dentro la democracia que se instauró finalmente. Al final del franquismo, había demócratas de izquierda y de derecha, revolucionarios, franquistas fanáticos y una mayoría indiferente. Seguimos hablando de dos Españas por simplificación emocional. Pero la situación era y es mucho más compleja. Los que nacimos a principio del 70 heredamos ese franquismo a la vez que la regeneración que ya se había puesto en marcha. Y vimos cómo los adalides de la democracia se volvían corruptos en el ejercicio del poder. Y cómo luego trataron de camuflar sus errores agitando otra vez las banderas de la división. Mientras tanto, muchos de los que militaban en política se dejaban y se dejan la piel pensando en el bien común. España no se puede simplificar. Es un gran país que todavía debe aprender a amarse a sí mismo, aceptando de una vez sus errores, para enmendarlos, y sus aciertos, para fortalecerlos.


Uno de los personajes de tu novela, Juanmaría, es un exiliado que acaba de regresar., “un hombre que en su juventud se había acostumbrado a no tener, pero parecía poseer el mundo con la mirada”. Le dice a Monte: “Erradicar el miedo del corazón es el primer deber para poder vivir…”, una vez que hayas conseguido esto, debes aprender a dudar, dudar de todo lo que hayas aprendido, dudar de todo lo que hayas heredado, también de las canciones, dudar o sospechar del origen de cada uno de tus actos…”, y cuando hayas conseguido interrogarlo todo, es el momento de buscar cuál es tu verdadero destino, el que vive en ti y solamente tú sabes”.


Juanmaría es el primer personaje que inventé, en mi primera novela, Santo diablo, un anarquista que hace la revolución convencido hasta que se ve en la tesitura de tener que matar por la victoria. Ahí comienza a dudar, y su duda continúa en No cantaremos en tierra de extraños, donde casi enloquece tras salir de un campo de concentración en Francia y trata de recuperar lo imposible, lo que se había quedado en España. En esta tercera novela, Escarcha, que cierra esta trilogía, Juanmaría, ya viejo, ha aprendido el gran poder de la duda, el gran poder de cuestionar todas las herencias: políticas, religiosas, económicas, filosóficas, sociales. Por muy hermosas y atractivas que sean. El principio de la libertad de cualquier ser humano comienza en ese cuestionamiento. Entonces, aunque sea difícil, puedes comenzar a escapar del laberinto. Ese es el momento en que comienza a derretirse la Escarcha.

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