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LA MIRADA FEMENINA EN LA EDAD MEDIA. Entrevista al historiador y escritor JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC 


 

 

Realizada por Esther Paredes

 Publicada en el número 26 de 142 REVISTA CULTURAL


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Hay libros inolvidables desde las primeras líneas. También hay encuentros que quedan grabados en nuestra memoria como si penetrásemos una cápsula del tiempo. George Orwell iniciaba uno de esos libros inolvidables con una frase en la que hablaba de un día luminoso y frio mientras los relojes daban las trece. La primera vez que vi a José Enrique Ruiz-Domènec, allá por el año 1984, era ciertamente un día muy luminoso y, por el contrario, nada frío. Las magníficas tipuanas de la Plaça San Felip Neri alfombraban con sus flores amarillas todo ese espacio próximo al Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona, que todavía ocupaba el Palau del Lloctinent. De repente, el patio interior de ese histórico edificio se llenó de luz y alegría. Un grupo de jóvenes se arremolinaba alrededor de un personaje que pisaba con mucha seguridad sobre ese emblemático lugar. De esta forma el aire fresco, nuevo, juvenil y osado penetraba el ancestral espacio en el que descansaban tantos pergaminos y legados milenarios. Esa impresión que transmitían fue todo un presagio de lo que posteriormente fui descubriendo gracias a este inigualable historiador y medievalista. Toda una revolución en la forma de ver y percibir a las mujeres en la historia medieval. A él le debemos un descubrimiento fundamental que venía a arrojar luz sobre el tupido velo que las ocultaba: el valor del silencio. Un silencio que a este profesor le fue revelando todo lo que había pasado inadvertido. Hacía falta alguien de su talla, formación y perspicacia para descifrarlo. Más de cuarenta años después de aquel luminoso día, en el patio interior que linda con la Plaça del Rei, por fin tengo la oportunidad de indagar en las razones que llevaron a José Enrique Ruiz-Domènec a dedicar su investigación a esas grandes ignoradas por la historia. El destino de estas mujeres quedaba enmarcado por la pequeña ventana que les permitía a aquellas damas otear el horizonte. La mujer que miraba a través de ellas podía ver lo que se aproximaba y tal vez soñar con la posibilidad de escuchar nuevas aventuras a la espera de ese alguien especial capaz de indagar en lo único que realmente nos habían legado: su silencio.

 

 

 

 

El libro “La mujer que mira”, que escribiste en 1986, ha sido fundamental en mi vida.

 

“La mujer que mira” me costó una cátedra. Yo estaba en ese momento opositando a una cátedra y un miembro del tribunal dijo “tengo un señor que escribe pornografía desde la universidad”, literalmente. Yo, adjunto de universidad, opositando, que había obtenido el número uno en la escala nacional, todo hay que decirlo, y un señor que tenía menos categoría que yo, aunque fuera catedrático, y que no había publicado nada en su vida, lanzó una infamia de esa naturaleza para argumentar que iba a votar a otro.

 

 

Pues yo ese libro sería el que me llevaría a una isla desierta.

 

¿A Irlanda?

 

[“Comencé a pensar la posibilidad de un libro sobre la mujer en la cultura cortés. Una especie de crónicas sobre un gran anhelo”. La mujer que mira]

 

Claro

 

Ha cambiado mucho Irlanda, yo estuve hace un tiempo y ya no es la Irlanda que yo viví cuando escribí “La mujer que mira”. Tú piensa que en mi vida fue una catarsis porque cuando me fui a Irlanda a escribir este libro huía de varias cosas y en ese periplo pasé por París y me anunciaron la muerte de Foucault. Entonces me di cuenta de que algo de esa época se estaba acabando, algo, no percibí aún qué.

Como la revolución existía, muerto Foucault, ¿los foucaultianos que quedaban quiénes son? El gran Paul Veyne. Era un señor encantador, un gran amigo mío personal. No solamente era exótico y excéntrico, sino que además vivió una tormenta personal muy dura porque su hijo se suicidó. Y él, además, lo purgó mediante un tipo de escritura lacaniana que le aportaron los grupos lacanianos del Collège, por lo tanto, ya estaba en el margen, ya no iba a molestar. En fin, en realidad se trataba de ver si la sustitución se haría no conforme a aquellos que podían seguir la revolución sino a aquellos que podían dilatarla para ver si con el tiempo se acababa. ¿Qué ocurrió? Que triunfaron los de la dilatación. En mi mundo profesional el sistema ha creado un engranaje que ha generado entropía y eso es evidente. Me di cuenta de que lo mismo le pasaría al pobre Georges Duby un día, y así fue. Para una persona es humillante, tampoco quiere hacerlo muy explícito, igual sería bueno haberlo hecho público alguna vez, pero hay cierto decoro. Todos nosotros somos muy herederos de Séneca, muy estoicos romanos, silenciamos los problemas, matizamos, la verdad está en nuestra obra, sí, es verdad, pero hay cosas que no. El caso es que la revolución se dilató y se dilató y se perdió una generación. La mayoría de mi generación se fue disolviendo. Cuando volvió el engranaje a estar a punto, en el caso de Francia fue muy marcado, ya no estaba Duby y quien capitaneó este proceso fue Jacques Le Goff, el gran resistente que aguantó, aguantó.

 

[“Durante el resto del viaje me zambullí en el sueño que supuso para los jóvenes caballeros errantes de finales del siglo XII la existencia de una mujer como Isabel de Striguil, una Clare. Esta adorable muchacha, casi una princesa… codiciada, manipulada por hombres altaneros, orgullosos, los angevinos. Sus tierras eran un Eldorado del sueño de cualquier individuo de entonces. Ella no habló.” La mujer que mira]

 

 

Después de “La mujer que mira”, años más tarde, publicas “El despertar de las mujeres. La mirada femenina en la Edad Media”. Estos dos libros me ayudaron personalmente como mujer, y no sé si te va a gustar o no lo que voy a decir, pero siendo consciente de la época que retratabas y de lo que indagabas en estos trabajos, yo me sentía aludida. Te leía y pensaba que estabas hablando de mí, de nosotras. Como historiador eres el que mejor conoce, retrata y toma el pulso al sentir de la mujer. Y habiendo seguido luego el resto de tu obra, tengo la sensación de que nos abandonaste, en cierta forma nos dejaste huérfanas. No sé si tú lo ves así.

 

 

Bueno, casi has acertado. Es bonito que presentes estos dos libros. Ambos tienen una cronología cercana y una apreciación también cercana desde el punto de vista argumentativo.  En el intervalo entre estos dos libros se produce en mí una fractura personal muy fuerte. “La mujer que mira” es la eclosión, es en cierta manera el manifiesto feminista de Ruiz-Domènec. No se entendió así salvo por los adversarios, es decir, los conservadores con piel de cordero, pretendidamente de izquierdas, pero que eran conservadores y reaccionarios hasta la médula, me da igual qué partido gestionaba sus cosas, con nombres conocidos que se lanzaron contra este libro de una forma desmesurada, que es lo que permitió que el miembro de un Tribunal dijera que yo no podía ser catedrático, ya que era un señor que escribe pornografía desde la universidad.  Y esto está pasando, curiosamente, en la universidad de lo 80. Este libro es un libro maltratado y en cierta manera secuestrado porque yo he intentado a veces rescatarlo.

 

[“Encerrada en la torre de Londres, custodiada como una gema,… prisionera de su desino, contemplaba el paso del tiempo, su duración. ¿Qué pensaba? En Kilkeny, otro castillo menos al oeste de lo que yo me encontraba, tuve la sensación de que este libro debía hacerse.” La mujer que mira]

 

En “La mujer que mira” hay algo al principio que hizo que me detuviera y que fue como una revelación, y es la mención que haces acerca del valor del silencio. Si no es por su presencia será por su ausencia, solo por el negativo podemos saber de ellas porque se las ha silenciado. Es maravilloso encontrar compañeros de camino que se dan cuenta de que hay otra realidad y todo un saber, unas posibilidades, unas miradas, unos sentimientos. Señalas claramente que influyó todo lo patriarcal en el hecho de relegarlas, de silenciarlas, de apartarlas una y otra vez y cuando no eran los unos eran los otros, como por ejemplo la Iglesia. Al volverte a leer percibo aún hoy que decías cosas que no quieren ser oídas.

 

Ciertamente, me crujieron, es decir, yo me acuerdo perfectamente de la conversación que mantuve con Georges Duby en su casa, en Aix-en-Provence, cuando además nos hicimos una mutua promesa que yo cumplí, ya se había muerto, por lo tanto, era una promesa de respeto. Hablando de la forma de escribir, él había roto la costra, es decir, esa forma en la que lentamente íbamos suprimiendo de la escritura, de la historia, la nota a pie de página, lentamente, poco a poco. Naturalmente el sistema reaccionó muy mal contra esto porque parecía que lo importante era la nota a pie de página.

Fue muy duro, porque en realidad, aparte de perder la cátedra, ¿qué vio el sistema de peligroso ahí? Bueno, inmediatamente tú piensas que cuando se escribe “La mujer que mira” pasó algo parecido a otro episodio que ahora relato. Me pidieron que ofreciese en la Universidad Autónoma de Barcelona una asignatura llamada “Historia de las Mujeres” y se me exige que vaya a la Junta de Gobierno de la Universidad a defenderla. Les digo que voy a presentar una edición de “Historia de las Mujeres” porque sorprendentemente más del cincuenta por ciento de la población está silenciada. La estoy planteando como una asignatura de segundo ciclo de carácter voluntario, insisto, voluntario, no quiero una asignatura de primer ciclo obligatoria, eso no iba a pedirlo. Entonces un graciosillo o una graciosilla, no lo recuerdo, a veces es mejor olvidar, me dice, “bueno, menos mal” y digo, “¿menos mal?” y su respuesta fue “bueno, ya nos tiene usted acostumbrados a hacer cosas muy raras en esta universidad”. Al preguntarle a qué se refería me responde que había hecho mesas redondas con los alumnos. Lo curioso es que algunos de esos alumnos que formaban parte de esas mesas redondas unos años después son importantes profesores universitarios. En aquel momento mi respuesta fue que mi intención era la de integrar a los alumnos. Desde la época en la que fundamos esa universidad el principio básico era que la libertad de cátedra era fundamental. Finalmente aceptaron el proyecto. ¿Cuál fue la siguiente jugada? Que esa propuesta estaba destinada a morir de éxito. Se me hizo saber que había un problema con la asignatura. Eso me hizo pensar que tal vez no se había interesado nadie. Resultó que el problema era que se habían interesado demasiados.

 

 

[“Unas doncellas, o damas, que flotaban en los silencios que mediaban entre combate y justa. Me fijé en sus pliegues morales, en sus gestos, en sus ojos extendidos hacia el futuro. Se me ocurrió entonces la forma de abordar el tema… Me pregunté si ellas habían hablado alguna vez. Comprendí que era imposible en una cultura tan masculina. Y justo en aquel momento se me hizo patente el valor del silencio de la mujer.” La mujer que mira]

 

 

No es una simple anécdota lo que me estás contando.

 

Nosotros podemos extraer conclusiones de todas estas pequeñas anécdotas, de estos recelos provocados por acciones, pero yo lo estoy vinculando a lo que me preguntabas sobre la cuestión del fenómeno de la emergencia de “La mujer que mira” en un ambiente que era un ambiente también universitario, es decir, en “La mujer que mira” toda la estructura es hermenéutica de texto porque estoy utilizando las novelas de Bretaña, de caballería de Bretaña, las estoy utilizando como fuente de una reflexión o una meditación, una imaginación o una fantasía de los hombres sobre las mujeres.

 

[“Imaginé -tal vez soñé con ella- la posibilidad de encontrar el enigma de la una cultura. Me invadió un extraño pavor. Mis notas un día se mancharon de agua, debido a esa fina lluvia que a veces cae en Irlanda, como si fuese una cortina que separa dos mundos… Perseguía una idea, pero también un viejo sueño.” La mujer que mira]

 

En el libro, que se publicó hace 40 años, mencionabas ya a Jung, Bachelard o Henry Corbin. Esto tampoco era usual en aquel momento. Para muchos eran unos desconocidos por estos lares.

 

Bueno, yo creo que tienes razón en una cosa, es decir, aquellos años, volviendo un poco al leitmotiv de la revolución cultural de entre 1963 y 1978, fueron años muy constructivos en el mundo en general. España por las razones históricas que tenía y por los condicionamientos, en definitiva, por la mala suerte histórica que ha tenido siempre este país, no se ha estado nunca en el momento histórico que correspondía. En aquellos años aquí se focalizó un problema para salir de un régimen espantoso que era el franquismo, eso hasta aquí está bien. Lo que se le puede enjuiciar a este fenómeno que llamamos luego al final con el nombre enfático de “transición” es que haya afectado a todo menos a la cultura, o sea, no ha habido ahí transición, no hubo un proyecto de revolución cultural. Hubo un proyecto de revolución social, política, por supuesto inicialmente de índole político, económico, el orden siempre es muy difícil de determinar.

 

[“¿Podré llegar a comprender todo el grave asunto de la mujer? En realidad, no lo creo. El instinto de dominio sobre la mujer se ha convertido por siglos en una horrorosa obcecación del hombre. Le conduce al error absoluto mucho más profundamente que la confianza ingenua en los valores femeninos. Sé que es inútil resistir por más tiempo. Ellas desean estar solas consigo mismas. No tienen confianza en un mundo construido por la mano del hombre. La eliminación del juicio masculino es un objetivo legítimo, necesario.” La mujer que mira]

 

 

Uno de los pilares que considero sagrados es la educación. Muchos de nuestros jóvenes deberían estar todavía en proceso formativo y deberían gozar en la medida de lo posible incluso de un pequeño ingreso por el hecho de dedicarse al trabajo de estudiar.

 

Sí, sí, España paradójicamente ha despreciado lo mejor que ha tenido porque lo heredó de un régimen espantoso. La transición no asumió ni valoró que la clave de toda revolución cultural empezaba en la enseñanza, en el sistema educativo y el sistema educativo es vertical, va de arriba abajo, no de abajo a arriba. La fábrica, si lo queremos expresar así, ha generado malos productos. La universidad ha generado un mal profesorado y eso sí que es casi imposible resolver. En la actualidad las cosas están tal como las dejamos nosotros, mi generación, pero más degradada. No se ha tocado nada en 40 años. Ahora te explico una cosa que ha quedado pendiente y es el paso de “La mujer que mira” a “El despertar de las mujeres”, aquí hay una ruptura, porque este es el final, “La mujer que mira” es un momento glorioso fracasado.

 

[“Tomé una arriesgada decisión - ¿por qué me expreso así? -: explicar algunos aspectos de este problema en un curso universitario. Los jóvenes me ayudaron mucho en la tarea. Oyeron y participaron con sus dudas. Algunos me hicieron misteriosas preguntas. No supe contestarlas entonces, quizá este libro les sirva.” La mujer que mira]

 

 

No puede ser fracasado cuando germinó.

 

Bueno, efectivamente, ahí es la duda que se tiene, que yo también tengo. A veces me dicen fracasado, yo en esto soy un fracasado en la medida en que no soy solo un escritor, soy un profesor.

Continuando con lo que te quería decir antes, tras lo expuesto yo me repliego sobre mis valores, reflexiono acerca de abandonar o no la universidad y ahí transito durante unos años y voy haciendo los muebles, escribo una obra de síntesis sobre mi trabajo de reflexión sobre la caballería que es “La novela y el espíritu de la caballería”, un libro muchas veces reeditado con bastante buena acogida. Es una reflexión que viene a decir, bueno, yo he hecho esto y hasta aquí. Y de repente entro en un movimiento de turbación en los años noventa donde comienzan a desaparecer figuras estelares, como Georges Duby, y me llaman de un sitio diciendo que recurrían a mi porque era el último, ya que de la lista de la que disponían, todos habían muerto. Eso no me molestó. Estaba haciendo un librito y me puse a reconsiderar mi primera investigación, un arrebato nostálgico.

En un momento determinado tengo una propuesta de la editorial Península. Conocedores de “La mujer que mira” me proponían un libro sobre mujeres. Y me propuse hacer un libro en homenaje a mi gran y admirada Kate Chopin, “El despertar de las mujeres”. En aquellos años, muy en silencio, había creado una red de amistades con mujeres muy importantes en el mundo feminista, una red por donde yo circulaba libremente. Se percibía en los seminarios, algo que era producto de una lenta maduración como la del buen vino amontillado.

 

[“En primavera de este año, cuando reflexioné sobre las hadas en medio de la presión informativa, ocurrió algo maravilloso. Se percibe por todos lados. Doy la espalda a muchos temores y observo una atmósfera pantanosa detrás de mí. Ella emerge entre las aguas con un caballo. Deduzco que el momento ha llegado. El libro adquiere su definitiva dimensión.” La mujer que mira]

 

 

Curiosamente en el epílogo de ese último libro que has citado escribes, “leer los testimonios de las mujeres de la Edad Media es como tener el mundo entero entre los dedos”. Donde otros no ven nada, tú lo ves todo.

 

Porque este libro se gestó en ese humus silencioso, muy feminista en el fondo, muy alternativo y revolucionario. De nuevo me meto en una revolución cultural que en este caso es la revolución del feminismo de la diferencia. Lucho en la misma dirección que en Italia defendía Luisa Muraro. Acudo a algunos seminarios en Bolonia, en Trento, a postular y me recuperan como el viejo profesor, que siempre era una sorpresa, porque cuando me veían aparecer tampoco les parecía un viejo profesor, pero bueno, era un viejo profesor de la vieja guardia que se viene a unir a otra causa y, entonces, en esa línea yo empecé a pensar en el libro.

En la Edad Media en relación con el elemento testimonial de las mujeres en sus diferentes ámbitos, hay mujeres que escribieron y que nadie las ha valorado. Me salí un poco del territorio propio y me fui a Japón ya que la escritora Murasaki Shikibu me apasionaba entonces. Y no solo eso, sino que llegué a tener cierto nivel de conocimiento del japonés y tenía una gran biblioteca de literatura japonesa.

 

Continuando con mi trabajo, encontré en un fondo de la Biblioteca Nacional de París dos cartas de Blanca de Castilla, dos cartas relativas a la batalla de las Navas de Tolosa, y presento este tema en una sesión de l´École des Chartes en París. Curiosamente, un insigne profesor al que respetaba infinitamente, pero al que de repente vi más bien como un viejecito cascarrabias, me dijo, “interesante lo que nos trae usted, cómo se nota que usted es alumno del señor Duby, cómo todavía tras su muerte tenemos que aguantarle”, y me expresa sus dudas sobre ese documento. Le pregunto entonces que cuáles son las dudas. Piensa que las cartas pueden ser falsas. Pero “¿sabe cuál es el problema?”, le digo, “usted conoce bien la estructura de la cancillería y es que si es falso, todos lo demás también pueden serlo. Yo no tengo inconveniente que sean todos falsos y se haya construido la vida de San Luis con toda la documentación falsa, si usted me lo certifica lo doy por válido y le prometo hacer una investigación en serio sobre los falsos que han construido el Estado de Francia” y dice, “bueno, no, yo no llegaría tan lejos ¿sabe qué pasa? que las mujeres de la Edad Media no escribían”, digo “sí, eso se suele decir pero tenemos este caso, es decir, ¿no sería un poco al revés, que estamos en una tautología, no escribían y por lo tanto este escrito no puede ser de una mujer porque las mujeres no escribían? ¿y si lo hacemos al revés?, es decir, como tenemos un primer caso de que escribían a lo mejor algunos casos más son de mujeres que escribían y empecemos por ahí a indagar” y dice “no, no, yo creo que es mejor decir que no escribían”.

 

[“El caso es que la mayoría de los trabajos no atiende más que al contenido de la realidad femenina; resbalan sobre lo que en verdad hace que ellas nos gusten. Y esto es muy grave, porque lo que explica los diversos sistemas de exclusión de la mujer no son las diferencias jurídicas o políticas, sino el temor a valorar su mundo interior.” La mujer que mira]

 

 

Un acto de fe

 

Un acto de fe, bueno, entonces a partir de ahí me di cuenta de que había un material inmenso y ese material inmenso me dispuse a investigarlo y ahí nace el manifiesto, “El despertar a las mujeres”. ¡Ay! ingenuo de mí, es decir, yo pensaba que todo había pasado, que estábamos en la década de los 90, éramos todos maduros y habían pasado todos los tránsitos y que no lo tomaban como un arrebato, pero comenzaron a emerger subproductos del libro a toda velocidad. Alguna vez lo dije y salí dañado por segunda vez al acercarme a la historia de las mujeres. Es ridículo intentarlo una tercera vez. Mira, en los estudios relativos a este tema no citan para nada mi trabajo. Por cronología están obligados a hacerlo porque este libro es anterior. La ventaja que tiene la historia y la correspondiente revisión que se hará de la historia y de los historiadores es que todo es un problema cronológico, o sea, la secuencia.  La ignorancia es más peligrosa. Es un acto científicamente peligroso porque si tú no conoces una cosa que estás dedicado a investigar hay algo que está fallando en tu sistema de indagación. Mi libro tuvo tres ediciones, salió reseñado en toda la prensa nacional y fue primera página en Babelia…

 

[“Las sociedades masculinas han contemplado a la mujer como entropía, esto es, como principio de desorden. La disciplina ideológica exige la desigualdad de los sexos. No es posible situar a la mujer en el mismo plano que al hombre. Se destruiría el equilibrio de fuerzas que rige el contrato social. Muy pocos dudan de la validez de estos principios.” La mujer que mira]

 

 

Aún hoy en día hay una lucha por el poder. Una parte no quiere perder ni un ápice de ese poder.

 

Volviendo a este segundo intento malogrado para mí que es el feminismo de la diferencia, me pregunto cómo la sociedad en sí misma se prepara para un siglo XXI que se supone, como algunos o algunas afirman, es el siglo de las mujeres, aceptando pasivamente que las instituciones o algunas instituciones claves permanezcan en su progresismo dejando a las mujeres al margen, como por ejemplo la Iglesia católica.

Esto está afectando también al universo de nuestro trabajo. En “El despertar de las mujeres” proponía un análisis severo de textos escritos por mujeres que nos hubieran conducido a una cuestión que es crucial. El debate es si existe o no una escritura femenina. El feminismo dice que ser mujer no condiciona esto porque es un elemento de condición social, política o cultural, pero bueno, el género existe, las mujeres como tales existen.

 

[“El movimiento de recuperación del mundo interior de la mujer se observa con expectación. ¿Qué significa esto?  Expectación es la intelección de lo otro en su primer representarse como otro. Con respecto a la mujer fácilmente se comprenderá que me pregunto por lo que ella sea. ¿Ella? ¿Qué se sabe de ella? La búsqueda de sus pensamientos es siempre algo intencional; la asunción de que sea ella misma quien lo diga, algo noérgico.” La mujer que mira]

 

 

Hay un momento en el que yo creo que tú te frenas a ti mismo que es cuando hablas del amor entre las mujeres. Quizás pensaste que ya era añadir más leña de la que ardía.

 

No, luego lo trabajé en un opúsculo que tuvo muy poca fortuna que publiqué en la propia Universidad que se llama Mujeres ante la identidad (siglo XII)”. Son los cuatro casos donde emerge, incluso en unas cartas de amor entre mujeres de un monasterio benedictino de Baviera, pero sí que es verdad que ahí entré en un juego, yo diría que un poco cobarde, por decirlo de algún modo, porque me llevó a la filosofía. Es decir, no sé si me equivoqué o no, tuvo una acogida rara, recibí muchas citaciones y luego se quedó como silenciado y es porque llevé el concepto de la diferencia al concepto filosófico de la diferencia y claro, ahí parecía que más que resolver el problema lo complicaba, y sí trabajaba en este caso la identidad femenina en un estudio sobre el amor entre mujeres porque en la novela artúrica está muy presente. Hablando de los límites o de las fronteras que me he marcado, he querido mantenerme siempre, como un historiador. A veces de historia de la cultura, de la mentalidad, el calificativo ha ido cambiando, pero lo han puesto los demás, yo no he querido salir nunca, no he querido nunca atravesar el campo, regresar al campo de mi juventud. Yo venía de la filosofía y mi formación inicial es filosófica, eso se nota, pero no he querido nunca salir de la historia, he llevado a la historia a su máximo límite, al límite que la historia permite. No he querido atender invitaciones para salir de él y crear un relato inventado. Lo han hecho grandes amigos míos, lo hizo Umberto Eco o grandes historiadores como Walter Scott. Cuando escribí “Ricard Guillem, o el somni de Barcelona” alguien dijo que era una novela histórica hasta que una persona utilizando mis materiales hizo una novela histórica con tanto miedo por su parte que la editorial me llamó. Fui al despacho de la consejera delegada y me habla sobre esa novela basada en mis investigaciones. Me dijo “¿tiene algo que oponer?” y le digo, “no”. Ya había hablado con el autor. Feliz yo de haberle supuesto un estímulo a su imaginación y feliz él de haberlo hallado. El personaje que utiliza él lo distorsiona tanto que tampoco es malintencionado. Esta novela histórica sobre el personaje vendió decenas de miles de ejemplares, un auténtico superventas.

Las retiradas sí que son estrategias de defensa personal, eso está claro. A mí si no se me quiere y el sistema te demuestra que no se te quiere porque piensan que eres un intruso en el mundo de las mujeres y que van a utilizar todos los argumentos míos, los están utilizando, para hacer una investigación y no tienen la decencia de citarme, eso es un problema suyo porque cuando se haga historiografía dentro de 30 o 40 años toda esta miseria aflorará.

 

 

 

 

[“La cultura cortés habla del amor de la mujer por el hombre y silencia el otro. No se pregunta por la realidad de las relaciones amorosas entre mujeres. Tiene miedo a hacerlo. Pero el lesbianismo está presente como una sombra amenazadora; es una especie de telón de fondo que no debemos olvidar si queremos entender con exactitud las propuestas de estos novelistas sobre el tema del amor.” La mujer que mira]

 

 

Escribiste una magnífica biografía, que tuvo una amplia repercusión, “El Gran Capitán: el héroe militar de los Reyes Católicos”.

 

El gran historiador británico John Elliott me lo venía diciendo hacía mucho tiempo, “la única garantía de pasar a la historia como buen historiador es haber hecho una buena biografía”. 

Yo tenía mucho material sobre el Gran Capitán que había ido acumulando, sobre todo de lo que podríamos llamar la parte más novedosa y había reunido mucho material de la recepción del siglo XVI, XVII, XVIII, XIX, y entonces le dije al editor que iba a escribirla. Te cuento algunos sucesos relacionados con “El Gran Capitán”. Primer suceso: ¡Qué magnifica biografía!, primeras páginas de todos los periódicos. Inmediatamente la primera edición desaparece en poco tiempo. Segunda edición, Círculo de Lectores compra el libro, vende toda la edición. Yo llegué a vender 80.000 ejemplares de “El Gran Capitán”.  Y te cuento otra anécdota maravillosa. Estaba un día cenando en Turín en la casa de unos amigos, y me sentaron junto a un señor que luego, al final de la velada, supe que era Guiseppe Sergi, un historiador piamontés, al que quiero muchísimo. El señor junto al que me sentaron me comenta en un momento dado que estaba leyendo en español una biografía de un personaje que le había llamado siempre la atención y concreta que se trataba de “El Gran Capitán”. Entonces le pregunté: “¿y está interesante?”. Respondió “muchísimo, muchísimo, magnífica, pero no logro entenderlo todo por razones lingüísticas”. Por suerte había un proyecto para traducirlo al italiano. Le comenté que en el fondo “El Gran Capitán” era un personaje muy atípico. Yo le iba hablando, pero era como una comedia de enredo porque ni yo sabía quién era él ni yo le confesé que el autor del libro era yo. Era como una especie de juego. Pero poco después me comenta que probablemente yo sabía más del personaje que el autor. Ese fue el momento en el que le revelé que lo había escrito yo y ciertamente él lo estaba sospechando ya.

 

Continuamos la conversación, y le comenté que cuando me ofrecen escribir esta biografía, yo me encuentro ante un personaje mítico en mi país y mítico para mí porque yo soy granadino. Me di cuenta que se trataba de un personaje distorsionado por la peor historiografía que España ha dado que es la historiografía franquista, lo peor, no sólo porque era mala interpretativamente. “El Gran Capitán” es otra cosa muy diferente. El personaje era un hombre de paz que tenía que hacer la guerra porque era su oficio, llega Italia y se mete en el lío napolitano. Eso coincidía con lo que mi interlocutor creía haber entendido.

 

Una vez finalizada la cena se van los invitados y me quedo con mis buenos amigos. Me preguntan si había hecho buenas migas con mi interlocutor, que me pareció ciertamente muy simpático. Resulto ser el consejero delegado de Einaudi, una editorial de gran prestigio. No habría estado mal que me lo hubiesen dicho antes. En los días siguientes llega el informe de Einaudi diciendo que el libro es magnífico pero que no lo pueden traducir íntegro, que van a traducirlo, pero sin la tercera parte del libro a lo que me opongo porque mi libro no es fragmentable.  Se publicó en la colección "Biblioteca di cultura storica". El libro fue un éxito total.

 

Pasados unos años, en Toledo, se hizo una exposición sobre “El Gran Capitán” y me llamó un señor, un teniente coronel, para decirme que si me importaba dar la conferencia inaugural de la exposición y que tendría mucho gusto en enseñármela. Acepté encantado y me fui para Toledo a dar la conferencia inaugural. Me voy a ver la exposición y entonces el teniente coronel me dice “bueno, tengo la orden del General de explicarle que yo personalmente me he leído su libro y he seguido fielmente su esquema…”. Efectivamente era una reproducción de todo mi argumento y me pregunta qué me parece. Le respondo que estoy encantado y él opina que tal vez lo mejor hubiese sido que yo mismo me hubiese ocupado de esa tarea. Ese militar, un teniente coronel mayor dedicado a la cultura del Museo del Ejército de España acepta el relato que yo propongo. “Eso significa que usted lo ha consensuado con los mandos”, y así me lo confirma, y yo además encantado de poder exponer seguidamente una conferencia sobre mi impresión de “El Gran Capitán”.

 

 

Qué sorpresas da la vida

 

Qué sorpresas da la vida. Y luego fui a comer con los generales, estaban encantados y yo le dije al capitán general, “¿ustedes son conscientes de la legitimidad que le han dado al relato de la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que yo he forjado como historiador?” y me dice, hombre, es que usted ha hecho un gran libro. Para mi satisfacción dieron legitimidad a unas cuantas cosas de gran trascendencia que causaron mi sorpresa.

 

 

Quiero finalizar esta entrevista volviendo a “La mujer que mira”.  Leo en el prólogo, “imaginé -tal vez soñé con ella- la posibilidad de encontrar el enigma de una cultura”.  Esas primeras reflexiones que haces en esa Irlanda mágica resultan muy inspiradas, como suele ocurrir cuando las musas eligen un valedor.

 

Hubo una realidad, un punto de partida, detrás de todo esto, es evidente. Es decir, lo mío fue un choque traumático durante todos aquellos meses en Irlanda. Venía de una situación difícil porque ya olía a las “erinias” como se movían por el entorno en Barcelona. Por eso huyo para escribir, en definitiva, con un dinero que he ganado inesperadamente. Una auténtica inmersión en la escritura. Llevaba conmigo las fichas, me encierro, viajo, miro, entro en contacto con la naturaleza, las personas. Todo eso me convulsiona en profundidad, los sueños, los recuerdos infantiles, los contactos de hablar con más gente, las deficiencias que yo empezaba a detectar en mí mismo. Además, las deficiencias culturales que me han provocado siempre una convulsión, es decir, cómo te hacían citas y tú no las lograbas aquilatar adecuadamente, todo ello me generaba zozobra. Para que te hagas una idea, ese peregrinaje de convulsión, en eso tienes razón, quizá a lo mejor nadie me lo ha dicho, pero si alguien me lo plantea debo pensarlo y es probablemente correcto, ahí comienza, en “La mujer que mira”. 

 

[“Los hombres hacen hincapié en su deseo de marcar la diferencia entre los sexos y de sujetar la entropía femenina. Este movimiento despliega todo un sistema de valores cuyo eje central es la exogamia. De este modo se cimenta la concepción cristiana de la existencia terrena y se decide el destino de los individuos bajo el peso de una agobiante amenaza doctrinal. El infierno resulta espantoso. Todo el mundo lo ve así en los tímpanos de las iglesias románicas. La aristocracia clasifica a los individuos bajo el peso del matrimonio exogámico en dos grupos: los que pueden aún contraer matrimonio y los que quedarán célibes de por vida. La tensión no tarda en aparecer. Antes de eso, la exogamia forma un nuevo centro de gravedad a la existencia humana.” La mujer que mira]

 
 
 

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